Con sangre naranja y alma navideña
Desde 1959 vivió en El Salvador, juntos, hombre y ciudad, se forjaron con temple del desierto y esperanza minera. Hijo del pulpero, Jorge Araya Gajardo, quien trabajó en la Mina Vieja y en el último campamento minero; de los seis hijos, es el único que regresó a laborar al lugar que lo vio crecer.
Si bien nació en Vallenar, El Salvador es su todo. Ahí quedó su infancia, en los juegos con amigos en las calles y al interior de las aulas de la Escuela Coeducacional Particular N°1, La Mina. Un niño inquieto y participativo, que integró grupo de Scout, Brigada de Tránsito, Cruz Roja, Básquetbol, Vóleibol, Fútbol. Su Profesor Jefe de 1° a 6° fue Leonel Larrondo Donoso, luego en 7° y 8°, Fernando Pizarro Dorador. Otros profesores que recuerda son Kid Larco, Guido Alvarado. Los califica como muy apoyadores. Entre sus compañeros resuena en su mente José Matte, quien también fue su vecino, además Tomás Rojas Vergara, Néstor Bordones, Wilton Rojas, entre otros. En 1971 egresó de 8°, al año siguiente se fue a estudiar a la Escuela de Minas de Copiapó, en 1973, como a muchos les pasó, sus estudios se interrumpieron abruptamente y, al año siguiente, ingresó a la Escuela Industrial de Vallenar, de donde egresó como Electricista Industrial. 41 años trabajó en la Concentradora, área Mantención Eléctrica. Durante seis periodos integró el Comité Paritario Concentradora.
Debido a los años que vivió en el campamento minero, presenció la construcción de edificaciones emblemáticas. Cuando niño jugó entre los cimientos del Club de Obreros Bernardo O’Higgins. Imágenes que aflorarían después al ser socio y Director. A su vez, sin duda, algo que lo enorgullece es haber visto germinar la semilla albinaranja, que tantas alegrías ha dado a las familias salvadoreñas.
El año 1979, Gloria Yáñez, secretaria general del naciente Cobresal, lo invitó. Primero fue junior, luego socio fundador, conoce su historia desde su creación. Con el tiempo pasó a Director de cadetes, vio llegar a Zamorano, también Director Mayor, a cargo de la disciplina. Su voz quedó en la atmósfera del Estadio El Cobre, cantó números de Bingo, locutor, gritó los goles e informó las estadísticas. Sus dotes de locutor, además lo llevaron a la caseta del Estadio Techado San Lorenzo, para los campeonatos del Día del Minero. Su cercanía con el deporte, asimismo, se manifiesta al ser árbitro de fútbol, vóleibol y babyfútbol.
Añora ver a su equipo en las alturas del desierto y apreciar cómo resalta la albinaranja en el pasto del Estadio El Cobre, pero tema médico le dificulta viajar a El Salvador; está radicado en La Serena. Siempre lo tiene en el corazón, por eso manifiesta convincentemente: “La sangre que corre por mis venas no es roja, sino naranja y cobre”. En la actualidad, su mayor orgullo es su nieto Iván Contreras Araya, quien integra el plantel. Una gran felicidad para su abuelo, quien también se desempeñó como pelotero y boletero.
Le encantaban los desfiles salvadoreños, Carnavales, Festival de la Canción; rememora que los 18 de septiembre eran una celebración, contrariamente a lo que pasa hoy, durante las fiestas la ciudad queda más bien vacía, fome. Considera que se han perdido los valores patrios y el sentido social. Lo que es reforzado con la visión que comparten varios: que a la administración actual le interesa solo la producción. A su juicio falta que sus habitantes se impregnen con la esencia de El Salvador, tiene esperanza que las nuevas generaciones lo vuelvan a hacer parte suya.
Al desierto le dedica las siguientes palabras: “Yo amo mi desierto, mi ser es de allá, hasta los días nublados son bonitos”. Se define como un “Lagarto de sol y energía”. Siempre añorando ese terruño, si de él dependiera, le gustaría morirse en el desierto. Con nostalgia recuerda su vida en El Salvador, el 2019 lo debió dejar para jubilar. Si su enfermedad no se lo hubiera impedido, tenía la ilusión de haberse quedado y tal vez puesto un negocio.
La Navidad para Jorge es una fecha importante. Casi por 40 años fue el Viejo Pascuero salvadoreño. En el Taller eléctrico, en 1982, un compañero planteó la idea de que hicieran algo para alegrar a los niños. Decoraron un carro y pasearon por la ciudad. Benjamín Cortés fue el primero en interpretar al personaje. Su estampa hizo que después él ganara este puesto, hasta hoy orgulloso guarda su traje y lo sigue ocupando en cada celebración familiar navideña. Su hijo Fernando también tiene uno. Atesora gratos recuerdos de las alegrías que brindó a los niños cuando los visitaba en sus casas, también momentos de tristeza al escuchar a niños que, en vez de pedir un regalo, solicitaban salud para un hermano o trabajo para el padre. A pesar de la alegría que debe demostrar el conocido personaje, no olvida que debajo del traje y barba hay una persona con sentimientos que se emociona al ver la sonrisa de un niño en Navidad. Como Pascuero ayudó en instituciones: Hogar de Niños, Hogar de ancianos, sector Portal del Inca, Inca de Oro.
En El Salvador quedó impregnada su alegría, espíritu navideño y entusiasmo deportivo.