Un pincel con fuerza y textura de conciencia social
Pintar el lienzo de la vida de Víctor Orellana en El Salvador tiene los colores propios del desierto, con la luminosidad de la educación y la intensidad de la lucha sindical. Desde Santiago llegó junto a su esposa en 1972, a diferencia de muchos, no planeaba que fuera por poco tiempo, quería que su trabajo germinara en esta zona árida.
Al bajar del avión lo primero que le impactó fue la desnudez de la tierra, los cerros sin vegetación, pero con un atractivo cautivante. Sin duda, se acostumbró a la Región y su ser se enraizó en la zona, ya que cuando le preguntan de dónde es, responde: “Soy de Atacama”. 37 años de su vida le pertenecen a ese lugar, un trabajador más de la minería. A ese rubro lo considera como una de las actividades más importantes de la economía del país, teniendo claro que no es superior a otro trabajo, ya que donde cada trabajador hace su labor, esa entrega y entorno es importante.
La Escuela Normal Superior José Abelardo Núñez le otorgó el tinte para trazar su camino laboral. Luego de desempeñarse en Santiago llegó a la Escuela Coeducacional N°1, establecimiento del que guarda gratos momentos; los tonos pasteles de este gran edificio lo acompañaron en gran parte de su quehacer docente. Al vincularse con profesores, alumnos y apoderados, se fue imbuyendo de la mixtura propia del campamento minero. Gran influencia ejerció en él el docente Luis Valenzuela, quien practicaba radioafición, lo introdujo en ese oficio; su arraigado sentido social, lo hizo poner una antena en su casa en calle Kelley, adquirir un equipo y ser partícipe del grupo fundador del Radio Club de El Salvador, en 1982, liderado por Manuel Gómez, gran amigo y trabajador de la empresa. Fue un activo participante del Club, cuando dejó la ciudad donó la antena. Dado su rol social, tenían diversas responsabilidades, hacían turnos y, en la hora de los tráficos, posibilitaban la comunicación entre personas o contacto con otros radioaficionados del mundo. La ayuda iba desde poder conseguir un medicamento hasta contactar a personas que se encontraban en zonas azotadas por catástrofes, entre otras situaciones.
Como pintor, no se enmarca en lo colorista. Su paleta de colores fue provista de la esencia del desierto, por eso incluye los tonos tierra, café, el azul de los cielos nortinos, además del negro y blanco que dan sombra y luz; en su obra difícilmente se encontrará un verde. El rojo lo internalizó desde su juventud, con clara tendencia a lo social y político. Señala que el trabajo y el ambiente salvadoreño permitieron que también otros artistas expresaran su arte; recuerda a Mauricio Díaz y Sergio Fuentes, éste último se exilió en Suecia. Los tres hicieron exposiciones en conjunto, generalmente en la Biblioteca Pública. Ilustró poemas del Dr. Saavedra, de quien agradece de por vida el haber ayudado a su hija con un certero diagnóstico de una compleja enfermedad. Otros poetas que recuerda: Julia Pinto, Luisa Schiaffino, Ricardo Ponce. El entorno era motivador y la ciudad pequeña, propicia para que diversos artistas se conocieran y pudieran realizar variadas actividades.
Su arte quedó en la atmósfera salvadoreña en diversas exposiciones y murales relativos al movimiento sindical y la vida minera. Recuerda un episodio que vivió luego de haber llegado a la ciudad. A comienzos de 1973, estaba pintando un mural sobre la marquesina de la Pulpería, la temática era la familia minera. Una persona se le acercó a hablar sobre el mural, después supo que era Ricardo García Posada, El Gerente de la Compañía de Cobre Salvador, cuya vida y sueños fueron arrebatados por la Caravana de la Muerte. Por supuesto, el mural también fue borrado, pero en su mente quedó grabado ese momento. A nivel nacional, también se desfiguró un proyecto de sociedad con una visión humanista, económica, cultural, política, laboral, intelectual y artística, en cuyo centro se situaba al ser humano; al que él adhirió. Otra persona que le impactó, porque su muerte también fue producto de la represión es Nelson Quichillao López, trabajador contratista muerto el 2015, ex alumno suyo. Él lo inmortalizó, por medio del proyecto del memorial, que luego fue ejecutado con mosaico por jóvenes artistas a la altura de la garita. Así permitió que sus ideas y existencia, al menos en el arte, fueran perpetuadas.
Es así, como en su transitar en esas tierras desérticas, también dejó su sentir en la textura de la conciencia social. Considera el sindicalismo como una necesidad natural de los seres humanos para avanzar en derechos, servicios, seguridad, estabilidad laboral; que tiene como necesidad imperiosa el avance como clase.
Su estrecha cercanía a lo social y político lo conectó con lo gremial desde que empezó a trabajar. Prontamente se integró al Sindicato N°1, asambleísta constante que participó en diversas comisiones de trabajo, también fue dirigente de organizaciones de profesores. En 1994, enfocó sus energías completamente a la dirigencia sindical, la que ejerció durante 6 periodos, de dos años cada uno. También fue Concejal de la Comuna de Diego de Almagro entre 2005 y 2008. El 2009 se retiró de la empresa y se radicó en Algarrobo, Región de Valparaíso. Visualiza al trabajador de la minería no solo como el que está interior mina, también en la superficie, fundición, refinería, puerto, hospital, el médico de salud ocupacional, etc. Lo social, constantemente lo vincula con el arte, su gran pasión, porque ambas vertientes tienen que ver con la sensibilidad.
Hoy, mirando en retrospectiva, reconoce que El Salvador le significó un antes y un después, le otorgó el mayor crecimiento personal. Contribuyó a su lienzo vital en colores, fuerza y a reforzar sus ideas.